La iconoclastia tiene buena fama. En esto coinciden el creyente puritano, el ilustrado radical, el artista de vanguardia, el revolucionario progresista, también el capitalista y su destrucción creativa. Al destruir las imagenes, el iconoclasta nos liberaria de los falsos dioses, de las supersticiones, de los fantasmas y, en resumen, de las falsedades con las que nos engañan y nos engañamos. Nos liberaria de los idolos de los poderes de este mundo. El valor y la necesidad de la iconoclastia se dan por descontados. Esta valoracion generalizada no deja de apoyarse en una comprension univoca y simplificadora del fenomeno. Resulta tan evidente que las imagenes nos engañan, resulta tan sencilla de interpretar la intencion del gesto destructivo del iconoclasta en su espectacularidad y nitidez, que pasamos por alto con facilidad el hecho de que este gesto solo es posible gracias a su caracter constitutivamente ambivalente. Los textos reunidos para esta edicion se hacen cargo, de diferentes modos y con diferentes intenciones, de esta ambivalencia. En el centro de cada uno de ellos se abre un punto de fuga con respecto a la alternativa que opone al iconoclasta y a la imagen. La recurrencia de un termino señala la direccion de la fuga: energia. Esta se puede especificar como fuerza, vida, potencia, sentido... En cualquier caso, se trataria de las diferentes formas de denominar la dinamica compleja que caracteriza la imagen. Esta dinamica doble la convierte en el espacio privilegiado de la libertad. El caracter radicalmente politico presente en todos los textos recogidos aqui deriva de una constatacion: la imagen es el lugar del ejercicio de la libertad. El procedimiento de la iconoclastia se evidencia como espacio privilegiado para probar esta libertad en su complejidad, en tanto que en el acto destructivo del iconoclasta jamas tiene lugar un movimiento de emancipacion con respecto a la imagen, sin que al mismo tiempo y de forma necesaria se de origen a una situacion de servidumbre, de sujecion a la ley, a aquello que trasciende, supuestamente, la imagen. Cabria preguntarse, entonces, si la iconoclastia es menos un acto de liberacion de las imagenes que nos engañan y nos dominan que un acto de inmunizacion frente al caracter necesariamente ambivalente, conflictivo e inseguro de la imagen. La iconoclastia, de forma paradojica, se mostraria asi como un instrumento al servicio de las politicas y las esteticas del orden.
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